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La falsa tolerancia sexual



 Por Kike Oñate //

Un cambio puramente estético legitima la desigualdad entre hombres y mujeres al crear una falsa ilusión sobre un proceso de liberación sexual que se percibe como algo superado. Lo único que se ha producido es un cambio en la forma, aunque el contenido ha permanecido intacto.


Concretamente, en el Estado español, pasamos de un franquismo represivo moral y sexualmente a una apertura impensable durante esos años. Hablamos la década de los años ochenta en adelante.

Sin embargo, durante más de cuarenta años a la mujer se le adoctrinaba de la siguiente manera:

“Mujer, es importante recordar tus obligaciones matrimoniales: Si él siente la necesidad de dormir, que sea así, no le estimules la intimidad. Si te sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que haya podido experimentar”.

(Sección Femenina, Economía doméstica para el Bachillerato, Madrid, 1958.)



Estas ideas eran impartidas en todos los centros “educativos” del Estado, con el apoyo de la Iglesia Católica española, organización fundamental para la consolidación de la dictadura. Mientras a las mujeres se les enseñaba a ser sumisas, a los hombres se les permitía lo intolerable. Esta moralidad ha marcado unos roles sociales todavía hoy muy vigentes.

Con la muerte del dictador Francisco Franco, el régimen necesita regenerarse para poder perpetuarse. La Transición, tan conocida por su nombre, pero tan tergiversada y desconocida en su contenido, se abría paso.

Una vez llegada la democracia, aunque llamarla así produzca alguna sonrisa, la represión moral y sexual es progresivamente desmantelada por la llegada de un nuevo Poder. Para el escritor y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini, esa novedad era “el poder hedonista y consumista”, que consiguió terminar con unos «valores» hasta ahora inalterados durante siglos.

Hablar y entender esos «valores» a los que se refería Pasolini necesitaría de un análisis muy complejo, así que nos centraremos en la aportación que hace sobre “el poder hedonista y consumista”.

Durante la dictadura, trabajo, ahorro y austeridad iban de la mano, sin embargo, el ligero aperturismo de los años sesenta marcó el inicio de la «sociedad de consumo» estrechamente ligada al hedonismo y el consumismo. Satisfechas las necesidades básicas de un cierto sector de la población, comienzan a abordarse (desde una perspectiva económica) temas como la imagen personal o el consumo de bienes materiales, llegando a los extremos destructivos de la actualidad.



Cuando estos intereses consumistas cuajaron en la sociedad española, las viejas moralidades clericalfascistas eran molestas, no dejaban desarrollar con facilidad las nuevas industrias de la imagen, como son la moda, el cine, la publicidad e incluso, la otra gran industria, la del turismo de sol y playa.

De esta manera, la inutilidad de un régimen fascista en la Europa de los setenta, la necesidad de desregularizar el mercado español y calmar el auge del movimiento izquierdista, se decide regenerar las estructuras de poder antes de que cayeran por sí solas. Este proceso permitirá generar un espacio para la aparición de la falsa tolerancia.


Tolerancia represiva

Aunque todo esto pareciera algo positivo, el progreso moral no vino acompañado de un desarrollo social. Si bien la vestimenta ya no es algo pecaminoso y las instituciones (occidentales) no reprimen de forma tan visible la vida de las mujeres, los hombres, no han cambiado tan drásticamente sus hábitos. Es en este desequilibrio donde aparece la falsa tolerancia sexual.

En líneas generales, sólo ha ganado el hombre. Las ropas han cambiado, pero no los pensamientos retrógrados y machistas que siguen siendo en muchos ambientes algo especialmente predominante.

Una tolerancia que se sostiene únicamente sobre la fachada, pero que en sus estancias interiores alberga las peores sospechas.

Ahora se nos dice que las mujeres pueden vestir con total libertad, que pueden ponerse lo que quieran, pero la realidad no es así. Lo que una joven escoja para salir de casa puede determinar su propia seguridad. Los hombres creen que si ellas van vestidas de cierta manera pueden abordarlas con total exención y justificar así sus excesos.

Piropos, silbidos, bocinazos… Claros ejemplos de una absoluta falta de civismo y educación por parte de esos hombres que hostigan a las mujeres en cualquier momento del día.

Para nuestro pesar, el de los periodistas, la televisión se ha convertido en la herramienta principal para la difusión de la «nueva moral», una ética que traspasa fronteras y que proviene principalmente de Estados Unidos. A través de las pantallas asistimos a una degeneración (cada día mayor) del propio oficio periodístico, de la cultura y, por supuesto, de la tolerancia sexual. Lo representado se convierte en tendencia y lo adoptamos como algo común.

En realidad, el éxito del pensamiento más reaccionario está en que el Poder sea tolerante. De esta manera, consigue desacreditar ciertas luchas que si fueran combatidas por la fuerza, justificarían una respuesta más contundente por parte de los sectores populares que las reclaman.

Sin duda, sería demasiado decir que el proceso de cambio ha sido algo previamente meditado por las estructuras de poder, pero sí es cierto que le ha resultado beneficioso y las han fortalecido. Y mucho.








Kike Oñate

Kike Oñate

Estudiante de periodismo. Bajo una mirada crítica, escribo sobre Balears y otros temas que van más allá de las islas. El autor escribe en Medium.com
Con la tecnología de Blogger.